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miércoles, 13 de abril de 2011

Lo más significativo fue la actitud, el derroche de valor y de coraje de los combatientes


En primer plano, el entonces Capitán José Ramón Fernández, luego de la captura de un mercenario.
Primera parte de la entrevista realizada al General de División (r) José Ramón Fernández por Magali García Moré y publicada en Granma el 20 de abril de 1976
Aproximadamente a las 02:40 de la madrugada del día 17 de abril de 1961 recibí en la Escuela de Cadetes de Managua, donde residía de modo permanente, una llamada telefónica del Comandante en Jefe. Me dijo que se estaba produciendo un desembarco en la región de la Ciénaga de Zapata y que, sin perder un minuto, me trasladara para la Escuela de Responsables de Milicias que radicaba en Matanzas y que al mando de ella me dirigiera a combatir la invasión.
A esa escuela, que yo dirigía, le correspondió muy tempranamente la misión de trasladarse a Playa Larga con el propósito de rechazar la invasión. Recibida la orden del compañero Fidel, debía determinar, en qué vehículo me trasladaría y seleccionar los hombres que irían conmigo. Sería un grupo muy pequeño, los cuatro que ocuparían las capacidades del jeep que pocos meses antes había recibido.
Todavía no había acabado de vestirme cuando Fidel me llamó otra vez para saber si ya había salido.

Minutos después hizo una tercera llamada con el mismo objetivo. Eso explica la forma enérgica y tenaz con que Fidel exige el cumplimiento de las tareas y controla su organización y desarrollo.
El local donde se almacenaban los mapas y la base material de estudio de la escuela estaba cerrado y quien tenía la llave se encontraba un tanto distante. Vuelve a llamar Fidel. Ordené romper la puerta, me hice de los mapas con una demora de minutos que me parecían horas; al llamar Fidel nuevamente, le dicen, por orden mía, que me había ido. Estaba comenzando a moverse mi vehículo.
Fidel me había dicho que no me molestara en llamar a la Escuela de Responsables de Milicias porque él mismo lo haría y ordenaría que se alistase para salir de operaciones.
Cuando llegué, ya toda la escuela se había levantado y los alumnos estaban desayunando. Esperaban la orden de partida.
Obedeciendo a la orden de mi sustituto en la dirección de la escuela, capitán Raúl Vilá Otero, situada aledaña a la Carretera Central, el personal comenzó a detener los camiones que circulaban, y los movilizaba para el Servicio Militar, de modo provisional.
Como muchos de ellos transportaban los productos más disímiles —vegetales, viandas, jaulas con animales vivos incluso— se procedía a descargarlos frente a la escuela en el polígono de formación, que ofrecía una imagen de feria improvisada.
En la propia posta de la entrada me comunicaron que el Comandante en Jefe esperaba en el teléfono que yo le respondiera. Hacía un seguimiento estricto del cumplimiento de su orden. No nos molestaba que lo hiciera, al contrario, y constituye una ayuda invaluable que el Jefe no solo nos exija, sino que esté disponible para cualquier consulta o aclaración a sus subordinados, más en una misión como la que nos había confiado, de gran responsabilidad, trascendencia y contenido. La actitud de Fidel me confortaba y daba confianza, y su disponibilidad fue para mí esencial.
Se interesó por conocer el estado moral de los alumnos. El ánimo es excelente, respondí a Fidel. Aquellos alumnos se preparaban para oficiales y fueron seleccionados en un proceso riguroso; ascendieron tres veces el Pico Turquino y se probaban día a día durante el desarrollo del curso basado en esfuerzo, exigencia, disciplina. El curso era muy riguroso, demandaba mucho de cada uno.
El día 16 después del entierro de las víctimas del bombardeo a nuestra patria, a la base aérea de San Antonio de los Baños y a los aeropuertos de Ciudad Libertad y de Santiago de Cuba, recibí la indicación de que mi tarea era continuar preparando oficiales y tropas.
No obstante lo anterior, viajé de Managua a Matanzas y organicé la escuela como un Batallón de Combate. Es así que el día 17 al amanecer, tenían en las manos sus armas, más las armas de apoyo, consistentes en una Batería de morteros y escuadras con ametralladoras de trípode, sacadas de los almacenes y módulos de municiones. La Escuela estaba lista para cumplir la misión y la tarea en cuanto tuviera el transporte.
En la conversación telefónica con Fidel me expresó que, aunque no había detalles ni precisiones en cuanto al número de los invasores, estaba confirmado el desembarco del enemigo por Playa Larga y Playa Girón, de modo que la escuela era la unidad importante más cercana a unos cien kilómetros de los puntos de desembarco.
Por indicación del Comandante en Jefe, situaría mi puesto de mando en la oficina del administrador del central azucarero Australia. Allí, puntualizó, se estaba instalando en esos momentos un teléfono que con solo descolgarlo me permitiría comunicarme con él, en el Punto Uno.
MI MISIÓN CAMBIÓ
En pocas horas había cambiado mi misión. De modo imprevisto me asignaron realizar una tarea que consistía en rechazar una grave amenaza para la patria y debía cumplirla cabalmente. No podía defraudar la confianza que Fidel y Raúl depositaban en mí.
Entre tanto el Comandante en Jefe movilizaba batallones de milicias y unidades de artillería y artillería antiaérea, daba misiones a la Fuerza Aérea, a unidades de tanques y a las columnas especiales de combate del Ejército Rebelde No.1 y No. 2 y ponía además en estado de alerta máxima a los batallones de las MNR de Ciudad de La Habana. Movilizó también a los batallones de milicias del Sur de la provincia de Matanzas y a los de la parte occidental de la entonces provincia de Las Villas.
Me puse al fin en camino hacia el Australia. En la Carretera Central, a la entrada del poblado de Jovellanos, me hizo señas para que detuviera la marcha el jefe del cuartel de esa localidad, capitán José A. Borot García. Le dije, antes de que hablara, que no tenía tiempo para atenderlo, pero expresó que el Comandante en Jefe me esperaba en el teléfono. Informé de mis acciones. Fidel se mostró preocupado por el tiempo que la escuela demoraría en ponerse en marcha. Le expresé que sería en cuanto tuviera el transporte y que eso ya estaba marchando, que sería pronto.
Así llegué a Jagüey Grande, donde existía plena efervescencia por la noticia de la muerte de algunos de los combatientes de la zona que se habían movido hacia Playa Larga y mucho antes de llegar a ese punto fueron atacados por la fuerza aérea mercenaria. En Jagüey la población vestía el uniforme de las milicias y estaba en actitud de combatir.
Establecí el puesto de mando en la oficina del administrador del central Australia y enseguida, a las 8:05 de la mañana, hora que aparece registrada en un parte, hice saber al Comandante en Jefe que me encontraba en el lugar indicado. Se interesó por la situación. Informé que había gente pidiendo armas; que se hablaba de la presencia de paracaidistas en la región y que en el central se disponía de siete fusiles que utilizaba la milicia. Le comuniqué mi decisión de armar, con aquellos siete fusiles, a una patrulla de milicianos para determinar la presencia de paracaidistas en los alrededores; no para enfrentárseles sino para conocer realmente en qué condiciones nos encontrábamos. Me dijo Fidel que si había paracaidistas, lo primero que debía hacer "era limpiar la zona de paracaidistas y después avanzar sobre el enemigo y seguir avanzando".
Al recibir información sobre el desembarco, el jefe del Batallón 339, capitán Ramón Cordero Reyes, que se encontraba con su unidad en los alrededores del central Australia, ordenó requisar varios vehículos y logró enviar parte de sus fuerzas a enfrentar al enemigo entre Pálpite y Playa Larga, donde lo combatió en condiciones desventajosas: el adversario estaba mejor armado, más organizado, mucho mejor entrenado y posicionado en una situación favorable para la defensa. En ese fuerte encuentro con los agresores, cayeron varios milicianos y se dispersó prácticamente esa parte de la fuerza del batallón. Poco después, antes del amanecer, el resto de las compañías del 339 combatió en las mismas condiciones, en esta ocasión, bajo la dirección del jefe del Batallón, que perdió completamente el mando y el control de su tropa.
Por otra parte, varios grupos de milicianos del Batallón 225, en su mayoría de Jagüey Grande, al conocer del desembarco, se dirigieron temprano en la mañana a buscar sus armas, y se movieron luego hacia la zona de la agresión. Lo hicieron de manera espontánea, sin haber recibido orden alguna en ese sentido y sin un mando que los condujera, y sin mando estuvieron durante las primeras horas de aquella mañana.
Minutos después se presentó en el central una fuerza con personal de los batallones 219 y 223 de las zonas de Colón, Calimete y Manguito. Ninguno de ellos había realizado prácticas de tiro y solo portaban fusiles M-52 y 20 cartuchos cada uno.
Considerando su preparación y armamento les ordené tratar de ocupar el pobladito de Pálpite. Se hacía necesario evitar que el enemigo continuara su avance sin que se le presentara resistencia. Así se lo ordené y salieron a cumplir la encomienda bajo el mando del capitán Conrado Benítez Lores que los había conducido hasta allí. Avanzó hasta las cercanías del punto conocido como El Peaje, a unos ocho kilómetros del central Australia. Allí, un ataque de la aviación enemiga le causó seis muertos y lo hizo retroceder. Ordené que avanzaran de nuevo y aseguraran la carretera, en especial las alcantarillas. Que en cada alcantarilla, en dependencia de su ubicación y tamaño, dejaran una escuadra o un pelotón para custodiarla.
Un poco antes de las 9:00 de la mañana, luego de haber tomado las medidas iniciales en el central Australia, observé un jeep destartalado que llegaba al puesto de mando. Lo ocupaba un oficial, el chofer y dos personas más. Me dirigí al oficial, pedí que se identificara y me respondió con su grado y nombre. Era el capitán Ramón Cordero Reyes, Jefe del Batallón 339.
—¿Dónde está tu Batallón?, inquirí. Contestó que muerto, prisionero o disperso.
Pregunté otra vez: —¿Qué hay entre nosotros y el enemigo? —No hay nada, respondió.
Después arribó a Australia el Batallón 227, procedente de Unión de Reyes, Bolondrón, Güira de Macurijes, Pedro Betancourt y Juan Gualberto Gómez y bajo el mando del capitán Orlando Pérez Díaz. Le encomendé la misión de tomar Pálpite, donde llegó después de la Escuela de Responsables de Milicias pues avanzó a pie y la Escuela lo hizo en vehículos. Ese batallón recibió la orden de desviarse por Pálpite hacia Soplillar y luego al sur hasta la carretera que conduce de Playa Larga a Playa Girón en la Caleta del Rosario y dividir así en dos al enemigo.
FIDEL DIRIGÍA PERSONALMENTE
Fidel dirigía personalmente la defensa del país y seguía las operaciones hasta el detalle, ordenaba a los jefes de una parte de esas unidades que se presentaran ante mí en el Central Australia y así fue poniendo bajo mi mando fuerzas que llegaron a sumar miles de hombres de todas las armas.
No había radio, teléfono ni medio de comunicación de ningún tipo. Así fue durante todas las acciones combativas. La comunicación se establecía con mensajes precariamente enviados, en un vehículo cualquiera, incluyendo una motocicleta. Y a veces ni eso. Se le daba al mensajero para que él se las agenciara en llegar con el correo a su destino.
Aproximadamente a las 09:30 horas, llegó al central Australia la Escuela de Responsables de Milicias. No permití que los hombres descendieran de los camiones, pese a que llevaban, desde su salida de Matanzas, bastante tiempo de pie encima de ellos y en un viaje muy incómodo, en camiones sin facilidades ni para agarrarse.
Desde lo alto de la cabina de uno de los vehículos expuse la misión que debían acometer. Avanzarían hacia Pálpite, lo tomarían y asegurarían y una vez logrado ese objetivo, la segunda compañía del batallón de la Escuela mandada por el Teniente Roberto Conyedo León proseguiría hacia el Este, tomaría Soplillar, bloquearía la pista de aviación que allí existía y también aseguraría el lugar.
El Comandante en Jefe ordenó que la Escuela no se moviera antes de la llegada de un avión que le daría cobertura. No obstante las llamadas del compañero Fidel, el dichoso avión no llegó nunca o nosotros, no lo vimos, sin embargo, el avance se realizó y transcurrió sin incidentes ni dificultades a bordo de los vehículos.
Alrededor de las 12:37 horas del propio día 17, la Escuela de Responsables de Milicias informó al puesto de mando en el central Australia que había tomado Pálpite y que, tal como estaba indicado, su segunda compañía se movía hacia Soplillar, a unos seis kilómetros al Este de ese punto. Cuando informé al Comandante en Jefe de esos hechos, me comunicó que nuestra fuerza aérea había hundido varias de las embarcaciones de los mercenarios y que el resto de la flota invasora había sido puesta en fuga. Me dijo: —Bien, muy bien, ya ganamos. Oye, los barcos se fueron. Hundidos, tres, otro ardiendo, en fuga cuatro más que los estaban persiguiendo.
Además me ordenó que de inmediato avanzara con el propósito de tomar Playa Larga.
El 17 de abril, al mediodía, teníamos en Pálpite una vía de acceso y cabeza de playa dentro de la plaza de armas ocupada por los mercenarios, y fuerzas revolucionarias se movían para cerrar los accesos desde Covadonga (Norte) y desde Yaguaramas (Este). Así en pocas horas las tres carreteras que conducían a esa plaza de armas, serían cerradas por las fuerzas revolucionarias, y con ello se impedía el posible acceso de los invasores al territorio al Norte y al Este de la ciénaga. Así se crearon las condiciones para su rápida derrota.
Hay que considerar que aunque la Escuela de Responsables de Milicias estaba organizada como un batallón de combate, no disponía de ninguna pieza de artillería ni artillería antiaérea, tampoco de tanques.
El avance de la Escuela de Responsables de Milicias hasta Playa Larga se haría por una carretera recta, bastante adelantada en su construcción, y que estaba flanqueada a ambos lados por una vegetación tal que impedía el despliegue o el paso de cualquier unidad, lo que obligaba a transitar directamente hacia un enemigo que había sostenido ya un fuerte combate con el Batallón 339.
En Playa Larga el enemigo se había posesionado de un terreno que le era ventajoso y emplazó sus armas apropiadamente en dirección a la ruta por la que obligadamente avanzaríamos, la única que servía de acceso a Playa Larga. Los mercenarios para su defensa, contaban con tanques y cañones sin retroceso y habían ocupado un área triangular, cuya superficie estaba a un metro o metro y medio más baja que la de la carretera, lo que constituía una protección natural. Era una especie de trinchera.
La Escuela se preparaba para atacar Playa Larga, eran aproximadamente las 13:00 horas del 17 de abril cuando varios aviones pasaron sobre el poblado e hicieron señales de saludos.
Aquellos aviones llevaban en el fuselaje las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria. Sorpresivamente giraron de nuevo sobre Pálpite y en repetidas ocasiones atacaron a la Escuela que se encontraba en un terreno descampado. El fuego de ametralladoras y cohetes causó numerosas bajas.
Cuando a las 15:00 horas, recibía del oficial que estaba al frente del batallón de la Escuela, teniente Nelson González García y de otro que lo acompañaba, el informe sobre lo acontecido en Pálpite, el Comandante en Jefe se hizo presente sin aviso previo en el puesto de mando. En su compañía terminé de escuchar el parte que se me rendía. Fidel pronunció unas pocas palabras, indicó a los oficiales que se reincorporaran a sus posiciones en Pálpite y me invitó a caminar alrededor del central, como aparece en la foto que se publicó en el periódico "Revolución", el día 18 de abril del año 1961.
UNIDADES DE ARTILLERÍA Y OTRAS FUERZAS
Durante la caminata, que se prolongó por un tiempo largo, me dio a conocer que hacia la zona estaban en marcha unidades de artillería de campaña; cuatro baterías de obuses de 122 mm; seis baterías de ametralladoras cuádruples de 12,7 mm y de cañones de 37 mm antiaéreos; tanques y otras fuerzas. Añadió que debíamos organizar el ataque contra Playa Larga para tomar esa posición lo más rápidamente posible.
Fidel hizo consideraciones que ponían de manifiesto su optimismo; nosotros le informamos lo que sabíamos respecto a los paracaidistas y sobre el tamaño de las fuerzas invasoras conformadas por mercenarios cubanos.
Durante ese periodo llegó a Australia el jefe de la artillería antiaérea capitán José Álvarez Bravo. El Comandante dio indicaciones, habló por teléfono. Arribaron a la zona las cuatro baterías de obuses 122 al mando del teniente Roberto Milián Vega, una batería de cañones 85 y otra de morteros 120. También las seis baterías de ametralladoras cuádruples 12,7 mm (Cuatro Bocas), una batería de cañones antiaéreos de 37 mm y cinco tanques T-34 al mando del teniente Néstor López Cuba

Tomado de Granma Internacional.

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